quinta-feira, 23 de abril de 2009

Anna Akhmátova

“¿Quién ha de llorar por esa mujer? ¿No es insignificante para que la lamenten? Y, no obstante, mi corazón nunca olvidará a quien dio su propia vida por una única mirada”. A Mulher de Lot, A.A.

Anna , déjame morir contigo en ti: en la hora final estar en tus brazos y tú me dirías en secreto el polvo de las estrellas y la expresión de la flor. Y toda la gloria al inconsolable dolor. En tu regazo helado es Leningrado allá afuera y tu chalina negra sobre tus hombros, cubriese mi faz después de la última mirada. Morir mirando tu soberana presencia, tu nariz aguileña apuntando curva: tus labios altivos en beso fatal. Se posa ahora en mi lengua tu lengua rusa, ya los relojes marcan la hora del coraje. Fenecer en una mujer que tiene la aristocrática belleza de la serenidad, no existe así: sólo tú, tan sólo. Y serán pintada por Modigliani. Sí, Anna, en tu cama, nido, toca: amar es leer poemas uno al otro, nuestra pasión será la lógica, la técnica, las imágenes simples del alma femenina solitaria. Vamos a esconder más que mostrar, Anna, crear secretos y misterios cristalinos que quien quiera, que quien pueda. Y retornaremos a lo clásico, lo conciso, lo lacónico, al clímax. Sé, Anna, tú me dijiste en susurro, la verdadera ternura no se confunde con cosa alguna, es silencio y esas insatisfechas miradas tuyas. Si todas las separaciones fuesen imaginarias, Anna, si la sombra del amor estuviese en las paredes de los amantes. Que la Rusia viniese a salvarme, que ya vi de todo en el mundo y tendré que matar la memoria hasta el fin y tendré que volverme piedra y reaprender a vivir.

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