quarta-feira, 8 de abril de 2009

La Revolución

“Cocaine's for horses, its not for men, they say it'll kill you but they don't say when...” Cocaine Blues, Luke Jordan.

Ellos estaban viviendo momentos de armonía. Se entendían perfectamente bien. En la cama hacían el amor con respeto y deseo explícito, sin censura, pudor o inhibiciones. A él le gustaba el cuerpo de ella, la piel, los cabellos...adoraba su beso, su olor, su forma de hacer sexo oral. Ellos estaban encajándose como es raro encajar. Estando en cuartos separados, en la misma casa, sentían saudade uno del otro y aún durmiendo lado a lado en la misma cama, sentían la falta de la vigilia ajena. Poco se dormía. Las conversaciones eran largas e inquisidoras. Una pasión amorosa, llena de deseo y diálogo, con intereses mutuos y devoluciones. Les gustaba quedarse en casa, disfrutaban de cocinar, asistían los mismos programas, leían los mismos libros y algunos diferentes, que servían para que uno le contara al otro. Se enseñaban aprendiendo, se miraban a los ojos con instancia y admiración. Él estaría amando, tanto como ella.

Él necesitó viajar por negocios al interior. Iría en ómnibus. Ella lo acompañó hasta la terminal y allá, como en el cine, se besaron como si fueran a despedazarse después del despegue de los labios. Los dos llegaron a llorar; él para adentro, sin lágrimas, como es conveniente para un hombre. Las ruedas fueron girando, dejando la plataforma. Ella se quedó que no quedaba. Él sintió el pecho caliente y helado al mismo tiempo, dividido. Se sentó en la butaca 8.
En la primera parada, en la Marginal, lo improbable: no una señora con tos, un gordote que transpira a chorros y ronca, una chica con un niño en los brazos, un policía con mal olor, o alguien que pasa el viaje todo disputando el brazo del asiento, no. Quien surgió fue una especie de perfección humana, de ropas adecuadas, buen olor y anteojos, que no por acaso, era una de sus taras: mujeres que usan lentes en aros. Una pasajera para la butaca 7, que, hasta entonces, seguía providencialmente vacía. Él sintió la presencia de ella. Él sostenía un libro de Thomas Mann, “La Génesis del Doctor Fausto”. Apenas ella se sentó, no consiguió disimular el interés inmediato que sintió por el libro. Él lo percibió. Después de casi una hora de conversación absolutamente integrada y ascendente, surgió, como que displicentemente, la pregunta fatídica: “¿Vos tenés novia?”. Tal vez por vicio, tal vez por ser hombre, tal vez por hipnosis, tal vez por canallada, él simplemente olvidó que la tenía y cuando sonó el celular, él no atendió diciendo que era un amigo suyo, de esos molestos. A cerca de Mogi-Guaçú, más o menos en la mitad de la jornada, estaban besándose con furia y ardor, como si hubieran sido hechos uno para el otro. Descenderían en ciudades diferentes, pero vivían en la misma y cuando regresaran, se encontrarían y se amarían para el resto de la vida, o algo así. Él ahora tenía lo que juró que jamás volvería a tener: una o dos novias, como se prefiera.

Apenas descendió en el lugar de su destino, fue fusilado por los soldados de “La Revolución” con 8 tiros. Cayó en la acera de la plataforma 8 en un charco de sangre formado por sesos de sí. Una señora, que vio la escena, desde la partida del ómnibus, mandó un mensaje de texto a la Central y avisó “Los Compays”.

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