terça-feira, 28 de abril de 2009

Todos los Bellos Perros

Tupí en la estancia Santa Helena. Foto de Alex da Silva.

Fue mi amigo Edu San quien me proporcionó horas de convivencia con este bello animal. En la compañía solitaria, un perro y un pan de sol. Tupí es un viejo guerrero de muchos años, ya sordo y con el cuerpo cubierto de cicatrices. Marcas de una vida vivida con audacia y libertad y tantas historias que yo no sabría contar. Hace algún tiempo atrás, en una de esas veces que estuve en la estancia Santa Helena, pasé una madrugada entera con ese compañero afectuoso. En mi vida poco conviví con animales; soy, infelizmente, un hombre urbano, o un prisionero de la ciudad, que es como me siento. Vico con la falta de naturaleza, de las plantas, de los animales, del mar. De la amistad vino esa posibilidad. Edu salió y me quedé con Tupí. Me quedé leyendo, escribiendo y viendo películas. Y adonde quiera que yo fuera allá estaba La Presencia Fiel, caliente, con la enorme lengua afuera, largando flatos increíbles, siguiéndome con los ojos o por el calor del cuerpo. Conversé con él algunas veces y sé que él no me oyó y principalmente no me entendió; ya que yo mismo no me entiendo; pero sentí que él me sintió. Yo sólo estaba intentando decirle que era una alegría y un honor muy grande poder estar allí, a su lado, un hecho raro en mi vida. La respuesta que tuve fue que él no se despegó de mí hasta que su verdadero “dueño” o compañero, llegara. Y yo nunca me sentí tan acompañado y protegido como en aquella madrugada, en el poco tiempo que tuve para sentir cuánto aprendería con esa convivencia.


Edu siempre me dice que Tupí es uno de los pocos compromisos que él tiene con la vida. Él dice que cuidar que Tupí tenga una buena vida es una cuestión de prioridad para él. Eso me toca. Yo nunca tuve eso con un animal. Nunca sentí amor por un animal o por un árbol y creo que eso es una falla en mi carácter. En las pocas hora que tuve al lado de él, pude percibir que el sentimiento que puede nacer entre dos seres de especies diferentes, puede ser uno de los más profundos posibles. Percibí que en esa relación todo puede ser escucha y generosidad y la fidelidad entre los hombres aún está lejos de alcanzar la pureza y la entrega que puede haber entre un ser humano y un perro. Ciertos momentos traen en su génesis la eternidad y nos marcan para que carguemos la semilla de algo bueno que puede brotar apenas queramos permitirnos. Desde entonces estoy fertilizado de Tupí.


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