quarta-feira, 15 de abril de 2009

La Entrega

Alá no oprime a los hombres, son ellos mismos lo que se oprimen. (El Corán)

Todo ángel es terrible. (R.M. Rilke)

Surgieron los “Ches” de adentro de los placares, del baño de la suite, de las paredes, de los cajones de la cómoda, de los interruptores, del espejo, de la araña. Botas, cinturas aseguradas por cuerdas, astillaron las ventanas, como ángeles terribles cayeran del cielo: y uno que se alojaba debajo de la cama, con un caño corto, alcanzó la costilla del incauto con una bala que perforó el colchón. Los otros, aún viendo la muerte comenzando a instalarse entre aquellas vértebras en principio de contorción, descargaron sus ametralladoras en el cuerpo que en epiléptica postura levitaba en charcos de sangre y gozo. Sólo cuando los agujeros se abrieron más que los poros, él sintió la fuerza electrizante de la entrega.

Se juró a sí mismo no más vivir en aquella mitad. Juró ser entero en todo, íntegro en elecciones, firme en decisiones, que, siendo suyas y pensadas, profundamente pensadas, sentidas con todas las posibilidades que un alma tiene y puede, no habría porqué acusar de censores o inflexibles a los que aplicaban la pena. “No tener el corazón inserto en cada situación y gesto, debería ser considerado crimen”, él clamó cuando firmó el contrato. Cuando aquel que se contrata, siempre por voluntad propia, firma los términos, conoce muy bien las consecuencias que sus debilidades pueden causar. Nadie está obligado a nada, a no ser que se obligue y “La Revolución” apenas ejecuta la orden de quien se ordena a sí mismo en disciplina de bravos.

Fue a la cama con aquella que él decía ser su amor. Ella era sólo fiebre y gemidos, líquidos se le escurrían por todos los lugares por donde es posible que agua surja y hasta por donde no. Ella estaba enferma como deben los amantes estar. Erupciones le marcaban la faz, herpes y granos, síntomas emocionales de la somatización amorosa. Sus convulsiones eran los dolores de la felicidad venidas de un alma en fractura expuesta. Él era sólo palabra y construcción mental, como si el amor fuese aceite de tornillos de robots. Así se detectó la performance.

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